Es indudable que lo que más excita las apetencias literarias del lector es saber que el autor ha sido encarcelado por sobreexcitar la libinosidad de millones de compatriotas. Groucho Marx.

lunes, 19 de abril de 2010

De echar de menos va la cosa.

Me gusta que mi corazón lata rápida e irregularmente. Ahora se me viene a la mente la imagen de una mujer, capitán pirata, que permanece sola en su barco a medio hundir. Pero la primevera llega y yo admiro su belleza y su desvergüenza. A la sombra de los cerezos se ve como algunos jóvenes obtienen ciertos favores bajo el pretexto de jugar a las prendas. Con él todo se me hacía más agradable. Será porque era un imprudente que me encantó. Recuerdo el primer piropo: "No te pareces demasiado a tu madre." Normal que me encantara. Hubo una vez que le fruncí el ceño, ahí le recordé a mi madre. Luego hubo otro que me enseñó todo lo que nos puede transmiter una sola fotografía. Sí, era un fotógrafo frustrado. También me enseñó que hay placeres más dulces y satisfactorios que los carnales. Habiendo disfrutado a menudo de ciertos paraisos se acaban convirtiendo en infiernos. Él era un bohemio, no hay duda. Sabía hacer todo más mágico y hermoso. Me prometí no volver a pensar más en él. Para recordar que debía olvidarle no lograba sacarlo de mi cabeza. Después apareció el de los muebles de Ikea. Me pidió que fuéramos los dos a elegir los muebles de su casa e hizo que se me olvidará que sería otra mujer la que estirara las piernas en ese sofá y la que se maquillaría en aquel espejo. No se puede elegir la cama y además disfrutar en ella. La felicidad es egoista. Por eso decidí amarme a mí misma para ser feliz. La libertad pronto se conviertió en una droga. También estuvo el del acento argentino que bailaba tangos. Me deslumbró pero no me llegó a enamorar. Con él sentía que dijera lo que le dijera le mentiría. A fuerza de querer pensar en su nombre lo acabé olvidando y hay veces que basta con falta a una cita para no volver a ver a alguien. Cuando conocía al del banco de los perros y su forma de ver el mundo me sentí desgraciada y feliz a la vez. Sabía que él sí me podía conquistar. Pensaba que no estaba enamorada pero le consideraba el único digno de mi amor. Estuve segura de que no le quería cuando le empece a amar. Pero viviendo con las mismas ideas de no ver otros ojos en el mundo que no fueran los suyos y de desearle ardientemente me dí cuenta de la maldad de mis actos. Poco más tarde conocí al de la soberbia, apodo que se ganó con el tiempo, claro está. En el momento en el que le conocí, ante semejante dulzura no pude pensar en otra cosa que no fuese someterme. Había momentos en los qeu no me atrevía ni a suspirar por miedo a romper la felicidad que nos rodeaba. Qué sí amigos, eso era felicidad. Aunque demasiado frágil para mi gusto yo la disfrutaba. Hubo días en los que si no pensaba como él yo misma me quitaba la razón. En fin, era un soberbio y un vanidoso. También recuerdo la escapada de fin de semana a una casita rural con el chico de los ojos carbonizados. Cuando el fuego de la chimenea se reflejaba en sus pupilas te absorvia sin que pudieras hacer nada para evitarlo. A mí me gustaba dormir a su lado sintiendo el calor de la leña. A él le gustaba hundir sus dedos entre mis mechones y con cuidado, a veces, también su nariz. Tratar de adivinar mi champú para él era un juego. Por la mañana las lágrimas nos ardían porque sabíamos que era el final. Consiguió adivinar mi champú y la intriga se desvaneció. Creo que fue eso. Yo no llegaba a entender si quería que le salvase o bien, que me ahogara con él. Ante tal dilema me subí al corcho de una botella que flotaba en un concierto de rock. Me sentía desubicada mientras mi falda se movía al ritmo de la guitarra. Creí que mi falda se estaba parando cuando te sentí debajo de ella. Vuelta a ver las estrellas y a tocar el cielo con los pies en la tierra. Nunca tuve el valor para decírtelo pero fuiste el mejor con diferencia. Igual era por esa forma tuya de decirme por las mañanas: "Duerme más, pequeña, que todavía no es de día. " cuando por el huequito de la persiana ya asomaba el sol. Yo no me quejaba. No quería otra cosa que no fuera estar tumbada a tu lado acariciandote la espalda. De camino a casa escribía tu nombre en todas las esquinas donde la noche anterior nos habíamos besado. Me quedé sin tinta. Por las tardes esperaba impaciente tus llamadas y esos nervios por querer hacernos el amor a todas horas. Yo afinaba tu guitarra y luego tú la tocabas. Un día una cuerda se rompió y se jodió la historia.

En definitiva, que si no sirvo para amar... ¿cómo puedo ser amante de tantas vidas? No, si la cosa es joder, y no de la forma más bonita que yo sé, ni de la que todos ellos saben. Puede que todo esto sea porque echo de menos sentir algo parecido o porque también se puede morir de sobredosis de libertad si no consigues administrarla bien cada noche en cada bar.

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